Recientemente leí en uno de mis libros preferidos – Essentialism de Greg Mckeown – un concepto que me llamó mucho la atención.

Hablaba de que en los recientes años los psicólogos observan una cierta „fatiga relacionada con la toma de decisiones„. ¿Qué quiere decir esto?

Durante la última década hemos podido observar el aumento de decisiones a tomar unido al aumento de personas que disponen del poder de la elección. En estos tiempos el ser humano se encuentra ante muchos más estímulos externos y situaciones que requieren su atención y por lo tanto experimenta una cierta forma de involucro en ellas. Hay más cosas que nos preocupen, más cosas ocupen nuestra mente y sobre más cosas decidimos. Pero esto ha traído consigo como consecuencia el no saber diferenciar las decisiones importantes de las que no lo son.

Y aquí deberíamos realmente pararnos a pensar. Te das cuenta que le damos casi la misma importancia a decidir una cosa banal que a una cosa vital? Nos tomamos demasiado tiempo eligiendo un dispositivo en comparación al que le dedicamos a elegir el siguiente paso en nuestra carrera. Aprendemos todas sus funciones, lo comparamos con todas las alternativas del mercado, y cuando llega la hora de la compra….que memoria elijo? Que color? Con funda o con carcasa? Y esto hablamos solamente de un ejemplo.

Como resultado, dice el autor de Essentialism, más decisiones estamos obligados a tomar, más baja es la calidad de dichas decisiones.

Yo personalmente me vi muy reflejada en el hecho de estar atrapada en decisiones poco importantes –  aquí sumo también los pensamientos, opiniones y razonamientos sobre cosas de baja importancia. En no ser capaz de FILTRAR lo que se merece que invierta mi tiempo y esfuerzo a la hora de decidir y lo que no.

Además, no se trata solo de la cantidad de decisiones, la que por supuesto en los últimos años ha incrementado exponencialmente, se trata también de la influencia social, y lo mucho que estamos conectados con el mundo externo. Gracias a las tecnologías la barrera entre yo y los demás va desapareciendo poco a poco. (Aunque paradójicamente cuanto más conectados virtualmente estamos, más solos nos sentimos. Pero eso es parte de un debate diferente).

Cuanto más conectados estamos, más nos exponemos, y cuanto más nos exponemos, más opiniones e información nos llega de nuestro alrededor. Y no es solo la información en sí, que en principio puede o no influir en nosotros.

Son las opiniones de todos nuestros círculos (familiares, colaboradores, amigos y conocidos) que por el hecho de exponernos de repente tienen la libertad de opinar sobre que debemos o no hacer, en que nos tenemos que enfocar, etc. Y enfocándonos a lo que „el mundo“ considera como importante, perdemos nuestro punto de vista, nuestra esencia y a veces nuestro camino.

No dudo de que las opiniones de nuestro entorno y nuestra exposición puede dar frutos positivos, me refiero a que estar en el punto de mira simplemente agota.

Entonces si combinamos esta fatiga relacionada con la toma de decisiones, una presión social y el simple hecho de ser mujer como resultado obtenemos una mezcla explosiva que puede sabotear nuestros intentos de conseguir nuestros objetivos. Estamos cansados, poco atentos a lo que debemos estar muuuuuy atentos – a las cuestiones vitales, perdemos tiempo, nos descentramos, cuestionamos una y otra vez asuntos que ya creíamos tener solucionadas…y esto nos lleva a andar en círculo.

¿Qué podemos hacer para evitar el cansancio que nos produce la toma de decisiones?

Estar atentos

Observarnos para detectar cuando volvemos a engancharnos a la opinión de los demás y recaemos en malos hábitos a la hora de decidir. Estar atentos para detectar patrones de nuestro comportamiento. Es la única forma de avanzar.

Filtrar

Creo que ya es hora de poner un filtro básico tanto a la toma de decisiones como a las opiniones. Preguntarnos: ¿Es esto de vital importancia para que le dedique tanto tiempo? ¿Estoy dándole peso/importancia/validez a las cosas que realmente repercuten en mi vida?

Simplificar

No decidir demasiadas cosas a la vez. Tan simple como eso. Priorizar. Tanto a la hora de decidir como a la hora de aceptar opiniones – elijamos un número con el que nos sintamos cómodas. Podemos dividir nuestras decisiones en grupos – como decimos en marketing, en A, B, C – A serían las de máxima prioridad (le dedicamos nuestra plena atención y esfuerzo), B una prioridad media (podemos delegar y supervisar), C baja prioridad (delegar).

Delegar

¿Puede hacer la decisión alguien por mí? (Honestamente) Puede ocuparse mi compañero, mi amiga, mi vecino, mi marido? Depende únicamente de mí? Es verdad que tengo que decidirlo todo sola? En este punto consideramos las decisiones del tipo B y C mencionadas en el apartado de Simplificar.

Queremos prevenir que la mente se canse y lo podemos conseguir a través de estar atentos, filtrar y darnos la oportunidad de simplificar y delegar.

Como todo, esto requerirá un poco de práctica pero el beneficio de tener la mente fresca a la hora de decidir es enorme. No tenemos porque vernos arrinconadas, perdiendo tiempo y la cabeza. Simplemente tenemos que aprender a navegar en este mundo abierto y lleno de informaciones.

Espero que te haya gustado el post, si tienes algo que añadir no dudes en escribir un comentario o enviar un mensaje. Y no te olvides, LA DECISIÓN DE DECIDIR O NO, ESTÁ EN TUS MANOS! 🙂